La Unión Europea y los Estados europeos

No podían faltar tampoco esta vez. Para algunos chanclalogorréicos, Europa ha vuelto a fallarnos, Europa no ha existido ni existe, Europa es una calamidad… (Quieren decir: la Unión Europea, UE, que hasta en esto son imprecisos y vulgares). Me da igual que sean altos políticos gubernamentales, de la oposición, verdes o azules. Vuelve el miserable lugar común. Vuelve la ignorancia maridada con la imprudencia y con la impudencia. Eso sí, podían haberse enterado bien y explicarnos de una vez qué son los pretendidos “eurobonos”, y qué significa en verdad la mutualización de la deuda. Pero ni eso.

Con singular acierto diez delegaciones nacionales del Movimiento Federal Europeo, entre ellas la española, constatan en un manifiesto reciente que la UE “no tiene muchas competencias en el campo de la asistencia sanitaria”, pero sí muchas para contribuir al establecimiento de estructuras globales para el futuro: para facilitar, v.g., la investigación necesaria sobre el funcionamiento de los diversos sistemas de salud (art. 4k y 168.5), o para impulsar el trabajo del Observatorio Europeo de Políticas de Asistencia Sanitaria y el Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades. Animan asimismo a la Comisión Europea a decidir sobre normas vinculantes y centrales para las pruebas y para la distribución de material de protección y de los medicamentos

Siendo como es la pandemia una crisis global, la UE debe seguir apoyando el alto el fuego en todos los conflictos internacionales así como la flexibilidad en la aplicación de sanciones, apresurando e intensificando el plan ya diseñado de acción conjunta en África, el continente más pobre y desasistido.

Apoyan también los federalistas europeos las ayudas económicas aprobadas en este caso, hasta ahora, por la Comisión -¡medio billón de euros!- en favor de los 27 Estados miembros, y el desembolso de 750.000 millones por el Banco Central Europeo para comprar deuda de los mismos y detener las amenazadoras primas de riesgo. A la vez que solicitan “un ambicioso marco financiero plurianual de cinco años (en vez de siete), tal como fue aprobado no hace mucho por la Comisión y el Parlamento Europeo”.

La Unión Europea -terminan diciendo los delegados nacionales- no debería ser culpada por la falta de respuesta “en los ámbitos donde no se le dio competencias ni herramientas”. Rechazan al mismo tiempo “el politiqueo de la vieja usanza”, esperando urgentemente “un liderazgo orientado hacia el futuro, y más efectivo al liderar el actual dramático flagelo”.

Lo cierto es que, si hasta ahora la autoridad de los Estados parecía contestada en el cuadro de los grandes cambios tecnológicos, de la información, de los modos de producción y consumo, del comercio y de las relaciones internacionales, la pandemia del coronavirus ha vuelto a demostrar la necesidad del mayor invento político de todos los tiempos, que es el Estado nacional, y a revalidar su utilidad y su fortaleza en momentos en que la retórica de la globalidad ha mostrado sus flancos más débiles.

Tampoco la Unión Europea vino a acabar con los Estados nacionales, sino a responder a sus más íntimas exigencias. Los Tratados Europeos encuadran estrictamente las competencias comunitarias, limitativamente enumeradas, así como jurídica y políticamente controladas.

El principio de atribución enumera las pocas competencias exclusivas de la Unión: unión aduanera, moneda…, y las competencias compartidas. El principio de subsidiariedad dispone que, fuera de las competencias exclusivas, la Unión no puede intervenir sino cuando el Estado miembro no es capaz de llevar a cabo la acción correspondiente, estando siempre esa intervención controlada por el Tribunal de Justicia y por el Parlamento. El principio de proporcionalidad, en fin, estipula que en sus intervenciones la Unión debe siempre velar porque sean proporcionadas, protegiendo siempre las competencias de sus Estados miembros.

Pero la mundialización ha multiplicado la interdependencia en todos los ámbitos y ha estimulado todos los resortes de la cooperación. Por eso las competencias compartidas no han hecho más que crecer dentro de la Unión, y son las mismas autoridades nacionales las que reclaman a veces una legislación central, netamente europea, como sucede en materia de ecología.

Tras el actual azote de la pandemia, muchos europeos, curados en salud -nunca mejor dicho-, querrán incluir seguramente la salud pública dentro de las competencias europeas, aunque solo sea como competencia compartida.

En la esfera de un Estado autonómico como el nuestro, estamos viendo la descoordinación y desorganización entre las Comunidades Autónomas y el Estado de la Nación en los días más duros de la tragedia. No quisiéramos ver el mismo espectáculo en la Unión Europea del mañana.

Víctor Manuel Arbeloa,
ex parlamentario del Consejo de Europa y
ex diputado europeo